Ayer pensé en poner una foto de Di Benedetto, con algún texto breve, que recordase los veinte años de la muerte. Yo qué sé por qué, porque lo había leído e investigado, quizá, y sentía cierta obligación a poner algo, además de mi mendocinidad. Ví que en los diarios -en los de Mendoza y en los de Buenos Aires- se le hacían homenajes, más la edición de los cuentos, más la película de Villegas. Que se suma a tanta reedición en Adriana Hidalgo y a tanto prestigio ganado desde su muerte.
Como todo eso me olía a tumba, a reclamo y gloria llorona, y por cierta posturilla de antiintelectualismo de este blog, decidí quedarme con ninguno de esos bronces.
No, porque el homenaje, éste y tantos otros, huele a una mirada tan correcta que empalaga. Y ningún artista merece ser mirado con esa perspectiva. No: ni recorridos por su compleja obra, ni recuerdos, ni defensa -como aquellos risibles que lo defendían de la cárcel del proceso porque el escritor no tenía afinidad con la izquierda sino con un radical individualismo liberalesco.
No vi Los suicidas todavía, leí la crítica reprobatoria de La Nación. No sé por qué me dio cierto placer en leer esa reseña, no porque sea o no buena la película (ya he dado suficientes señales de mi desconfianza hacia la crítica), sino porque hace de Di Benedetto un autor polémico, y por ello interesante.