Friday, September 22, 2006

La publicidad argentina con niños es muestra -blanco sobre negro- de lo lejos que está el imaginario de la familia de clase media de sus propios hijos. El problema es su representación con voz de adultos. Ese odioso Qué se sho de la nena que va por primera vez al baño, o el Todos estamos mejorando, de la publicidad de salchichas -¡previo de una reunión de chicos sobre padres!- , o para peor, la del feto que habla desde la panza de la madre. Todos ellos hablan como mayores, con la inverosimilitud de un adulto inocente. Nada menos claro: ninguna cabeza menos despejada que la de un niño, nada más turbio que la mente infantil (qué mejor, no...). Cuando los padres se reúnen en la escuela para discutir –torpemente, digamos- las actitudes, avances o retrocesos de los hijos, los chicos juegan, pelean, hacen y dicen inteligencias y tonteras de chicos. Nunca se ponen a sistematizar con las preocupaciones del que se supone responsable. Pero claro, nadie pretende realismo, es sólo una publicidad.
Si usted, padre, se queda sin palabras por lo que pueda decirle su hijo (como las expresiones de los niños del aviso del Galicia) es porque está a kilómetros de la mente de un niño. En todo caso, si quiere estar en sintonía con la imaginación de un niño, cuando éste pregunte “Papá, ¿los perros saben que tenemos huesos adentro?”, la respuesta “Sí, sí sabe. Eso que está comiendo era un vecinito” parece más adecuada. O por lo menos, un poco menos frívola que comparar el universo de un niño con pagos al banco por celular.

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